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Los mundos de la pintora Trinidad Fernández


Hace poco más de un año impartí una conferencia en Avilés en su Centro de Servicios Universitarios, CSU, de la “Intuición y construcción” en los mundos de Trinidad Fernández, por invitación del Centro de Estudios del Alfoz de Gauzón, CEAG. Así me dieron la oportunidad de abrir una brecha de manera pública a favor de su reconocimiento institucional que merece en grado sumo, teniendo en cuenta el enorme nivel que alcanzó como pintora en unos tiempos adversos para el arte actual y más para las mujeres. En la actualidad nos felicitamos porque se esté llevando a cabo la exposición “En los dominios de Tres, Trinidad Fernández”, en el CMAE avilesino, esta vez por iniciativa del Ayuntamiento de Avilés. Comisariada por Luis Feás y con el apoyo de las hijas de la pintora en particular de Mónica Rubio Fernández, han reunido más de 50 obras de difícil agrupación para la ocasión. Algunas proceden de los museos Jovellanos, de Gijón, y del Museo de Bellas Artes de Asturias, un apreciable número de los fondos de la galería Gema Llamazares, otros de los familiares de la artista y algunos de más difícil acceso, de diferentes particulares. Es posible que este montante de obras no se vuelva a reunir, ya que el conjunto de lo que vendió en vida está muy disperso. El total ha valido la pena y en él aparecen muy interesantes primicias que algunos conocíamos sólo a través de antiguos catálogos.

Gema Llamazares (galerista), Luis Feás (comisario), Yolanda Alonso (concejala Ayto. de Avilés) y Mónica Rubio (hija de la artista)

Para dar una idea de su trayectoria, transcribo mis propias palabras escritas para la conferencia del 25 de marzo del pasado año en el CSU avilesino.

Hace 55 años Trinidad Fernández, Tres, exponía de modo individual por vez primera en el Ateneo de Madrid, 1958. Residía allí desde 1954 con el que fue su marido, Joaquín Rubio Camín con quien tuvo a sus dos hijas, Mónica y Verónica. Antes había expuesto en Asturias en algunas colectivas, en concreto en 1953 en la Universidad de Oviedo con la agrupación Joven Pintura Gijonesa y en algunas galerías. Tres años después iría a París con una beca ministerial. El reconocido escritor de la generación del 27, Gerardo Diego, le dedicó el texto en un catálogo y un monográfico de Cuadernos de Arte, que dirigía José Luis Tafur, lo que constituía un lujo fuera de lo común para cualquier artista en aquellos años todavía con ecos de la posguerra. Trinidad Fernández tomó lecciones de pintura con Joaquín Rubio Camín, quien sería su esposo más tarde y con Antonio Suárez, según señala su hija Mónica, miembro inicial del grupo El Paso en Madrid, tomando nuevos rumbos. En España se ingresaba, en medio de arrebatos y manifiestos en una nueva era cultural, en la modernidad europea, entre la gran indiferencia mayoritaria y bastantes escaramuzas de la prensa al uso contra las nuevas apuestas pictóricas, sobre todo cuando se trataba de abstracción.

Por entonces se empezaba a hablar de aperturismo y a percibirse signos de modernidad exportables como la aparición de los grupos de artistas El Paso, Equipo 57, Grupo Parpalló, por un lado. Por otro, con el reconocimiento de esa modernidad en el diseño arquitectónico al obtener un premio internacional en la exposición internacional de Bruselas. En conjunto había síntomas de apertura que incluían el mundo cultural y artístico, en medio de la desconfianza general y algún optimismo.

Trinidad Fernández (Avilés, 4- 0ctubre, 1931 – Madrid, 22-enero. 2022), temprana huérfana de guerra y de la calamidad posterior, después de rodar por Suiza y Barcelona con su madre y su hermano, se criaría con la familia de Gijón en la que fue importante la presencia de pinturas y creaciones con el influjo de la pintora Carolina del Castillo, madre del tío político de Trinidad. “Mi tía Paz Fernández estaba casada con Justo del Campo y del Castillo, hijo de la pintora Carolina del Castillo; su chalé de Gijón estaba plagado de cuadros y empecé a copiarlos con acuarelas y a meterme por la pintura”. En ese ambiente culto e inclinado a la pintura, se dieron las bases para su obra autodidacta, como rememora Cristina Suárez.

En esos contextos comienza a pintar Trinidad Fernández, aficionada desde niña a esta tarea creativa. Al principio en ella dominaba el carácter figurativo naturalista asociado a los ecos de las vanguardias parisinas, algo que en España resultaba muy modernizante. Ella se entregó a la pintura y a la creación pictórica pero también literaria, sobre todo en su entronque con los ambientes culturales del Madrid de entonces. Sus obras paisajistas de ambientes asturianos y algunos parisinos de los arrabales casi rurales, mostraban un gusto por la mancha y la textura. Más tarde, la organización de la mancha de color resultante de estructurar los seres y objetos iban a ser su señal de identidad. La tensión entre lo intuitivo y lo racional, la mancha de color y la construcción compositiva, el relato y la abstracción, dieron un resultado maduro y original al tiempo que fue variando sus posiciones, pues nunca hizo una pintura adherida a una fórmula fija. Admiradora, entre otros artistas, de Paul Klee y de Mark Rothko y ganadora en 1956 de una beca del Ministerio de Educación para estudios en París, tenía referentes importantes para construir su propio mundo, de gran densidad en el que combinaba rasgos figurativos entre grandes manchas de color estructuradas espacialmente.

En 1957 concurría a la Exposición Nacional de Bellas Artes, obteniendo tercera medalla con un paisaje del París casi rural, St. Michel. Las obras expuestas en el Ateneo de Madrid en 1958 eran de un aire decidido como trazos y una fusión en que se puede entrever el influjo entre el paisaje figurativo que se practicaba en Asturias por los maestros de renombre y la Escuela de Madrid, con los Ortega, Gal, Benjamín Palencia y demás, cuyo lema era dignificar la pintura. La exposición incluía un retrato, el de la actriz teatral y televisiva Berta Riaza, efigie original en su frontalidad y definición sin perder los rasgos suaves y con evocaciones domesticadas del fauve. Pueblos de Asturias como Candás, Cudillero y otros paisajes asturianos. Algunos huertos ya más manchegos, además de espacios del entonces entorno parisino de Montmartre y St. Michel, fueron los motivos de la veintena de obras reproducidas al decir de María Teresa Fernández, unas diez en el catálogo y número monográfico de Cuadernos de Arte, con texto del autor de la Generación del 27 Gerardo Diego y fotos en blanco y negro. El interés por la construcción del espacio y su articulación se hacía evidente en La escalera y otras obras. El escritor destacaba unas notas de la obra a propósito de la exposición en el Ateneo de Madrid: el aliento que emanaba de ella, de su figuración; los campos de luz melancólicos, una luz emanada desde el interior de las figuras al contrario que en el proceso impresionista, en que ésta es consecuencia de su materialidad física en contacto con el exterior, con el haz de rayos. Retomaba las palabras de Antonio Machado al hablar de las casas que pintaba Trinidad, “esos seres tan tristes que tienen alma”. Y se refería a las franjas de tierra, zonificando la composición. Zonas de diálogo cromático, gran constante de su producción. Y una “forja de seres modelados con su alma” al evocar paisajes de ciudades y de otros ámbitos, arquitecturas y espacios modelados con formas geométricas. El vaticinio de Gerardo Diego, todo un lujo en aquellos momentos, sobre esta “artista reflexiva, muy capaz de llegar muy adelante por el camino de la invención plástica”, se evidenció más tarde, tras la llegada a una madurez espléndida.

Fijó su residencia en Madrid en 1954 y allí permaneció desde entonces. Su obra evoluciona hasta una cierta abstracción siempre salpicada de motivos figurativos, personalizados. De aquellas exposiciones en Oviedo y en Madrid pasa a participar en las más destacadas muestras internacionales: la XXXIV Bienal de Venecia (1968), la 10ª Bienal de Sao Paulo (Brasil, 1969), Femmes Peintres et Sculpteurs, (Mujeres Pintoras y Escultoras), (París, Museo de Arte Contemporáneo, 1975), Homenaje a Miró (Palma de Mallorca, 1977) entre otras. Su obra está representada en numerosas colecciones públicas y privadas.

La crítica y el éxito nacional e internacional le vinieron acompañando a sus exposiciones individuales, para las que contó con textos de otros nombrados literatos como el citado, los de su antigua vecina Gloria Fuertes, de José Hierro y de Ignacio Aldecoa. De los críticos foráneos, entre otros muchos, destacaban Marín Medina, Sánchez Camargo, Marino Gómez Santos, Figuerola Ferretti y Julio Cebrián. En Asturias, gran parte de la crítica le vino dedicando palabras elogiosas con motivo de sus exposiciones, retardadas desde 1973 en la Benedet de Oviedo hasta 1990 en la Altamira, de Gijón, seguida de una miniserie ya más continua en Cervantes y Nogal, de Oviedo y las últimas en los años 2006 y 2013 en la Galería Llamazares de Gijón.

La dedicación de una monográfica del Museo de Arte Moderno de Madrid, en 1967, y sobre todo, la presencia de obra de Trinidad Fernández en la XXXIV Bienal de Venecia, seguida de la de Sao Paulo en 1968 y de la Mostra d´Arte Contemporáneo de Milán en el 71, además de la de Mujeres pintoras y escultoras en el Museo de Arte Moderno de París en 1975 revelan una artista potente, que como mujer ha tenido que perseverar de manera tajante y con un alto coste personal pero también en la cresta de la ola en su momento, para poder realizar lo que era su vocación y su legado: la pintura, a lo que unía facetas como grabadora además de una pasión literaria notable.

El libro Trinidad Fernández. Mi pintura de soledad y asombro. Autobiografía (Bilbao, 1976), recoge sus impresiones vitales y lo que le lleva a la pintura como expresión de un mundo difícil de entender para expresarse, sobre todo, sin palabras. Artista que fluctuaba en su obra entre signos en diálogo entre una obra madura y algunos rasgos de jugueteo espontáneo con un toque ingenuo o infantil, se aventuró por senderos que no iban a estar en auge hasta la “recuperación” pictórica en nuestro país de los años 70-80. Sus mundos pictóricos se comunicaban mediante juegos de escondites, entre el robot y lo humano, metáforas de la escalera como elemento de evasión y de ascenso /descenso, estructurando el lirismo.

La obra que presentó en Gijón para la exposición Entre Arte II, organizada por la Asociación de Galerías de Arte Contemporáneo de Asturias entre el 27 de junio y el 23 de septiembre de 2007 en el Palacio de Revillagigedo, tenía su referente cercano en la que se expuso en la galería Gema Llamazares en invierno de 2006-2007. Su anclaje remoto estaba en el importante giro que tomó su obra en los años 60: pintura abstracta sin perder las referencias figurativas, corriente minoritaria que iba a destacar en Hernández Mompó, y a la que también se acercaron Antonio Lorenzo y Alfonso Fraile.

En lo que ella consideraba su cuarta etapa hubo un regreso a la figuración que iba más tocada de lirismo. La síntesis entre figura y color, composición nítida y esquematismo además de versatilidad, vaporosidad y huida de los convencionalismos de la representación figurativa al uso, dan una nota amable a una obra que apostó por la modernidad en aquella España casi de posguerra, debido a su necesidad interna como ponía de relieve con palabras cuando se le preguntaba. Intuición y construcción, transparencia y ocultación, así los mundos de “Tres”, sus infantiles escondites frente a sus maduras evidencias.

Ignacio Aldecoa señalaba en 1964 un rasgo importante de la obra de Trinidad por entonces: la búsqueda de la comunicación, el miedo, el desvalimiento, el sentido de la fuga, entre otros rasgos humanos presentes en su figuración. Ahora podemos decir que la arquitectura evidenciada de sus espacios vividos e imaginados gana la partida a la desorientación.

El miedo consustancial al ser humano no es una nota que impregne su pintura posterior, sino la complejidad simplificada, eso tan difícil de lograr que se llama síntesis. Quizás parezcan juegos de palabras, pero quiero decir más simplemente, como ya observaba Cristina Suárez, que la madurez engalana la obra de Trinidad Fernández. La cualidad matizada de su luz, norteña al decir de Luis Feás, la creación de espacio para articular sus emociones, como sugiere Rubén Suárez, con
el apoyo material y físico de las evocadoras costas de Dover, que visitó y tan similares le resultaron a las asturianas. Con su presencia en las exposiciones gijonesas de 2006 / 2007 se apuntalaba su reconocimiento dentro de Asturias.

Una artista avilesina que en los años 90 avanzados, cuando la conocí como interesante persona de quien tenía amplias referencias como artista, tenía el reto de volver a exponer en Asturias y lo hizo en Oviedo y Gijón. Está representada en
los Museos de Bellas Artes de Asturias en Oviedo y en los museos municipales de Gijón. Su participación en eventos internacionales y capitalinos culmina su reconocimiento como artista asturiana en la diáspora, pasada por experiencias y ámbitos cosmopolitas que la distinguen entre la valiosa cosecha del arte contemporáneo en Asturias. Avilés fue para ella muy difícil de asumir después de que fusilaron a su padre en los comienzos de la guerra, pero visitó Asturias con asiduidad durante mucho tiempo y llegó a pisar la ciudad aunque sin exponer más que en una colectiva en 2013, Asturianos, que tuvo lugar en el Palacio de Valdecarzana. Ello a pesar de las insistentes propuestas concretas de Ramón Rodríguez y de Luis Feás.

Hoy cuenta con obra en colecciones particulares en Madrid, Venezuela, París, Suiza, Génova, Venecia y Asturias. Su obra figura en los museos de Arte Contemporáneo, de Madrid; Museo de Bellas Artes de Asturias, en Oviedo; Museo
Jovellanos, de Gijón. Ayuntamiento de Oviedo, Caja de Ahorros de Asturias, Colección Cajastur, Colección Subastas Siglo XXI, en colecciones particulares y en el legado personal que haya dejado a su familia.

Su lucha fue persistente y resistió por estar en un lugar firme, en el mundo del arte profesional y a su personal manera, actual por su sincera necesidad interna. Además logró vivir de ello, cosa muy difícil, a pesar de las limitaciones. Su
trayectoria tuvo un alto coste personal que la llevó a la separación de su marido cuando sus hijas eran pequeñas por seguir su rumbo, cosa que pocas mujeres osaban hacer. Hoy es fácil revisar antologías y catálogos de exposiciones señeras como la que pudimos ver recientemente en el Museo Guggenheim de Bilbao, Mujeres de la Abstracción. También es evidente que sigue en pie la controversia sobre feminismos y conductas sexistas que tradicionalmente, ubican a las mujeres en situación prioritaria de disponibilidad para la familia antes que cualquier otro cometido. Trinidad Fernández a este respecto y que yo recuerdo por lo conversado, no adoptaba ninguna corriente definida ni explícitamente feminista. Sí sostuvo una posición contra corriente de mujer emancipada, moderna, que recibió influencias francesas tocadas por la vara mágica auto reflexiva de Simone de Beauvoir y de los círculos modernos en que Trinidad se movía, que por cierto a las mujeres no nos lo ponían fácil.

A Trinidad Fernández, “Tres”, solo la fueron domesticando los años y la enfermedad que se la llevó muy recientemente pocos meses después de cumplir la noventena, el 22 de enero de 2022. Descanse en paz su memoria y me congratulo de que se empiece a reconocer la deuda con ella.

Referencias utilizadas

  • Gerardo Diego, Trinidad Fernández, “Cuadernos del Arte”, Ateneo, Madrid, 1958.
  • Cristina Suárez, “Trinidad Fernández”, Artistas Asturianos. Pintores, IV, Proyecto Astur, Hércules Astur de Ediciones, 2003, p. 421-445.
  • Maria Teresa Fernández Fernández, Artistas asturianas, I (1937-1976). Libro Catálogo, Sala de exposiciones Banco Herrero, Gobierno del Principado de Asturias. Oviedo, marzo /abril, 2004.
  • Barroso, Julia: Trinidad Fernández. Galería Llamazares. Entre Arte II, Asociación de Galerías de Arte Contemporáneo de Asturias, 27-06/ 23- 11/ 2007. Centro Cultural Cajastur Palacio de Revillagigedo, Gijón, pp. 164-167.
  • J. Morán, «Rubio Camín y yo nos casamos en una aldea de Asturias y con sólo 16 pesetas en los bolsillos», LNE, 7 de enero de 2017.
  • Luis Alberto Fernández, “Trinidad Fernández. Historia de una artista”, https://nosoydignodetuamor.blogspot.com/2017/10/trinidad-fernandez-historia-de-una.html, 29-11-2017.
  • M.F. Antuña, “Los trazos finos de una pintura única”, El Comercio, 30-enero-2022.
  • Ramón Rodríguez. “Trinidad Fernández. La pintora que nunca volvió”. (En prensa).
  • Trinidad Fernández, página web, https://trinidadfernandez.com.
  • Julia Barroso Villar. Catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo https://www.facebook.com/profile/100064560677491/search/?q=julia%20barroso


Fotografías recogidas en la exposición: Abdullah Nasser Bagnaf

Imagen destacada: fragmento de fotografía de la artista junto a auto retrato; autor desconocido.

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